La luz
La
luz. Tu luz. Siempre tu luz. La que te cambias cada poco, como si no fuera más
que un vestido de temporada que siempre se ajusta perfecto a ti, a tus maneras
a tus formas, y te hace parecer distinta en cada época.
Es
esa luz que ahora se vuelve intensa, deslumbrante, saturada de colores y
calores volviendo más blanca la cal de tus paredes y más cobriza la piel de los tuyos. La que
dentro de poco será una cortina de fuego cristalino sobre tus calles, cuando el
Sol se te asome para dormirte en un fuego lento y espeso del que habrás de escapar mendigando sombras. Tu luz. Esa luz a la que, luego, cuando se le alivie
a la vid del peso de su oro –otra luz encerrada con la que te alumbrarás los interiores cuando el alma te pida luces
de colores–, irás matizando su fuerza y suavizando su espesura, hasta que se te
vuelva pálida, amarilla, casi ocre,
cuando vuelvas a echártela por encima para varear los árboles que
necesitan ser desnudados para recibir los fríos; que con esa cosecha ya sabrás
hacerte tú un hermoso tapiz que cruja a tu paso por tus calles y suene al
viento como un sonajero para el vino recién nacido. La luz. Ésa
que termina cosiéndote un vestido de fríos grises, casi azulados, en el tiempo
en que el calor sólo te venga de ese sol embotellado que te cuidaste bien de
parir en septiembre, después de amamantarlo con el azúcar blanca de tus tierras
en el horno de tu agosto.
Y es que, cuando te cambias cada traje, cada rayo de color, cada vestido de luz, te vuelves otra distinta. Y todas tú.
Y es que, cuando te cambias cada traje, cada rayo de color, cada vestido de luz, te vuelves otra distinta. Y todas tú.
Por
eso, quizás, los tuyos tenemos esta forma de ser tan nuestra. Caemos en un
invierno, y al cambiar la luz para lucir tus colores en primavera, todo se nos
hace tan distinto que ya no nos suena el lamento de la herida producida. Nos
hiere la vida en ese festival de olores que tienes por primavera, y ya te ocuparás de que le volvamos la cara a la pena para centrarnos en tu nuevo ropaje de
fuego y noches cortas. Por eso debe ser que somos como somos. Porque eres tú
quien nos haces así, vitalistas, despreocupados, alegres hasta en la tragedia,
sabedores de que por mucho que parezcan durar algunas sombras, siempre vendrás con estreno de
luces para que miremos de otra manera.
Sí. Va a ser por eso que somos así. E incluso por eso que aun somos. Y que no nos falte la luz. Tu luz.
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